Livin' on a jetplane.

Ayer a la noche no pude parar de abrazarlo.

Federico es mi mejor amigo desde que tengo once años. Es mi hermano, mi soulmate marcado a fuego. Con él todo parece más simple y natural, más fluido, más tierno, más vital: él me acerca a quien yo soy. Me devuelve la risa, las ganas cuando faltan, me hace echar raices en el mundo recordándome que sí hay lugar en dónde plenamente pertenezco. Crecimos a la par y estamos unidos por un lazo que sólo se anuda cuando dos personas se dan la mano para caminar y pelear juntas. Esa mano en común que crea un perfecto equilibro compartido.

Pero cuando me dio la noticia, se me estremeció el alma.

Él no tiene una buena relación con sus padres, para nada. Lo reprimen, lo ahogan, lo quieren tener atadito como un cachorro, cuando está muy lejos de serlo; y ya lanzado al mundo, estas dos realidades son irreconciliables. El portazo con el bolso al hombro es innminente. En vistas a una emancipación total y completamente sólida, Fede hizo el año pasado un curso de aeronavegación. Yo no lo sabía, pero los sueldos en este rubro son altísimos, y la verdad que no le vendría mal laburar una cantidad standard de horas a la semana, ganar muy buena guita y además perfeccionar su inglés, que de por sí ya es brillante. Y a la hora de presentar el curriculum sé que tiene todas las de ganar. Así que realmente me puse contenta cuando conocí este plan that suits him like a glove. Ayer, con un poco de pudor, me dijo que va a aplicar para una entrevista y si queda tiene que irse a vivir dos años afuera del país.

A Katar. Un lugar que me es imposible marcar en el mapa, sin saber ni dónde ni como ni a cuanto queda de nuestras cosas.



Otra tarde gris en la city porteña con un pronístico que marca niveles de humedad ascendentes. Hoy Buenos Aires me llueve en los ojos.