sábado, 17 de octubre de 2009

Tipos de hombre. Vol. 6


El Perfecto: éste te dura hasta que su perfección queda derramada por el suelo como un sachet que se desinfló y te enchastró toda la heladera. Siendo sincera, no sé de qué manera incurro mayormente en un cliché: afirmando que la “perfección” es subjetiva o que realmente la mayoría de las mujeres sí se adapta a los estereotipos populares. Porque, claro que cada una reacciona de diferente manera a los estímulos del medio y toda la perorata, pero…con una mano en el corazón, ¿quién no termina sucumbiendo alguna vez ante el muchachito de cabellos perfectamente despeinados, faroles que gritan “¡mirame-mirame!” y humor inteligente que nos saca una sonrisa Colgate cada vez que pensamos paren el mundo que me quiero bajar?; ¿Quién, en algún momento, no sucumbe ante él? El mismo que disfruta de la literatura en solitario, el cine y la buena música-no-hitera. El independiente, el joven emprendedor, el sensible pero no sentimental-meloso-fanáticodeArjona. El reservado pero social, el rústico pero sofisticado, en fin, aquel que aunque una se exprima la materia gris (por lo menos a simple vista) no lo verá más que como el hombre encantador/inteligente/y/bonito. Realmente pongo en tela de juicio la verosimilitud del argumento al rebatir: “a mí no me pasaría nada con alguien así”. No interesa ni la intensidad ni la duración, no interesa si una se enamora o si simplemente nos mueve un poquito el piso en primavera, pero que el 99% de las personas alguna vez cae como triste palomita, LE PONGO LA FIRMA. Me parece plausible aceptar que al hipotetizar sin la posibilidad de ahondar pragmáticamente –obviamente, ya que sino perdería el carácter de hipótesis- sí se puede llegar a pensar de tal manera –tal vez por no querer aceptar la atracción antes de “conocer” en considerable profundidad a la otra persona-, pero vamos a ver si después de que este espécimen despliegue sus encantos (a veces involuntariamente, lo cual echa un poquito más de leña al fuego), se sigue pensando lo mismo. Porque, además, no hay nada más intrigante que una persona que nos atrae por ache o por be y que esa persona no esté enterada de sus inconcientes armas de seducción -o por lo menos de aquellas que nosotras vemos-). Probablemente, aunque tampoco deseo incurrir en una falacia, el perfecto está más allá de la vanidad. Es decir, el natural perfecto está más allá de la vanidad, NO el fingido perfecto. Yo creo que las mujeres (in)concientemente pensamos: “¡no está enterado lo potable que es! Me apuro antes de que me serruchen el piso o se avive y se vuelva un banana de aquellos”. Así que eso nos crea una comezón en el estómago y, realmente, no sabemos si son mariposas de interés o polillas de incredulidad. Ustedes saben que cuando el cocktail se empieza a batir, nosotras mismas somos las últimas en enterarnos de lo que realmente sentimos. Entonces…más chances para el Sr. Perfecto. Y cuando el aspecto físico suma puntos y la personalidad también, la cosa se pone complicada, Ladies. No digo que siempre, pero que casi, seguro. Ya introducida la primera etapa, es necesario instar que las segundas partes siempre son peores. Y sí, la venda se suele caer de los ojos. La mayoría de las veces guardamos el traje de ciegasordomuda en el cajón y nos damos cuenta de que los espejitos de colores dejan de brillar ante el primer signo de chubasco. A mi parecer, pueden pasar dos cosas: el Sr. Perfecto, con toda su perfección incluida, finalmente no nos termina moviendo ni un pelo o termina siendo tan imperfecto que nos odiamos a nosotras mismas por comprar oasis en el desierto. Nos harta su personalidad de hago-todo-bien y nunca le vas a entrar el pelo al huevo o termina siendo un verdadero desastre. O nos aburrimos o nos horrorizamos. Y ya desde el principio conocíamos ésta Crónica de una muerte anunciada, pero en nuestro afán del Sr. Perfecto no nos importó. Nos deleitamos de tal forma con la absurda concepción de la perfección que omitimos un pequeño detalle: si alguien es perfecto, ¿no quita la cuota de sorpresa? Es decir, al pensar que X es perfecto ya tenemos una listita mental en donde enumeramos tales o cuales características califican para hacer de esa persona perfecta. Ya teníamos el playmovil implantado en nuestras mentes y lo único que ocurrió fue que una persona llenó ese lugar creado de ante mano por nosotras. Y cuando lo llene íntegramente, seguirá en el rol del perfecto; y ni bien se salga de ése altar, dejará de serlo. Difícil disyuntiva: o cuadra o no cuadra. Si cuadra, ¿no sería algo así como que estaríamos saliendo con nosotros mismos? O con nuestros esquemas, que es básica –y alevosa-mente similar. Y si no cuadra... ¡también! Porque lo rechazaríamos por no encajar a imagen y semejanza de una foto del principito que teníamos pegada en la puerta de la alacena. ¿O será, que en general ocurre esto mismo? ¿Vemos en el otro lo que somos nosotros?; ¿Será puro narcisismo o tal vez antinarcisismo? ¿Buscamos aquello de nos gusta de nosotros en el otro y lo propio que no nos gusta lo repelemos? Narcisistas por vernos reflejados en el otro, y en realidad cuando halagamos al susodicho –además de ser un gesto recompensado por demás en la pareja- le estamos dando palmaditas en la espalda a nuestro propio ego. O por el contrario, cuando vemos los defectos que tenemos reflejados en el otro, no podemos ni acercarnos, porque eso significaría lidiar con aquello que en el fondo más nos molesta: que nos podemos deshacer de otra persona pero no de nosotros mismos. Y entonces para ni siquiera recordarlo, directamente evitamos el trámite. O mirándolo de otra manera, la respuesta por la que la gente a veces dice: “NUNCA me podría gustar el so-called Mr. Perfecto”, y éso, porque –justificadamente- repudian la idea de que exista éste tipo de persona, justamente por el posible carácter subjetivo de los gustos personales y su respectiva autonomía desmasificada, pero además, porque de antemano saben que al salir con tal persona que se despliega por el mundo de una manera ideal –y a menos de que consideremos que una también es ideal, lógicamente varía con respecto a nuestro actuar- se verían llevadas al borde de la pileta y con el dedo gordo tantearían el agua, preguntándose: ¿puedo dar vuelta mis bolsillos para adentro y figurarme un posible cambio para bien, pisoteando ésta sobreadaptación que hace tantos años rutinicé?;¿Será que las personas se fijan en aquellas que desempeñan sus actividades deficientemente para alimentar su ego y sentirse con poder aún al compararse? Eso con Mr. Perfect sería imposible. O será que al elegir a tal persona desempeñada con una calidad “inferior” llevan a cabo una especie de catarsis, al afirmar: “yo te quiero con todas tus imperfecciones y errores”. Uno se puede enamorar de cualquiera, el amor elige y no nos pregunta. Pero es el genuino amor el que se desempeña de ésa manera, aquel que nos causa un temblor en el piso y se transmite hacia el cuerpo, la mente y el alma. Aunque, ¿cómo llamar a ese tipo de cariño que uno puede manipular de cierta manera o “amoldar” desde los pensamientos? ¿Es decir, al amoldar éste tipo de cariño y conciente/inconcientemente elegir a éste tipo de persona con sus mil quinientos defectos y manías, uno no se siente más soberbiamente noble?; ¿Sería algo así como hacer un acto de bien aceptar al otro, no? Aunque tal vez sólo sea una manera de justificarse a uno mismo pensando que en el resto de la vida sí es posible que sea una basura de persona, pero, “¡ah! No señor, en los terrenos del amor soy otra persona, alguien que no juzga y acepta al otro”. ¿Un poco Maquiavélico tal vez, no? “Te perdono no porque realmente te acepto, te perdono en realidad para perdonarme a mi mismo por lo que soy”. O tal vez este perfil de persona venga como anillo al dedo para ser aceptado. Es decir, al perfecto hipotéticamente no habría que “tolerarle” ningún defecto, y ahí empieza la película de terror porque “si a él no le tengo que aceptar ningún defecto y él a mi sí, yo estoy en desventaja” ¡Y eso para el ego debe ser como los piojos para los niños o la sarna para los perros!
¿Es posible que la mente esté tan rayada? O que las personas puedan pensar –o si existiera el término- impensar, de esta manera? Pareciera que el Perfecto a primera vista puede parecer cómo un modelo de bellezas de todo tipo o como una amenaza, ¿no? Como alguien por quién es casi inevitable sentir un interés, reprimiendo o expresándolo. Usarlo como espejo o contra espejo. ¿No será que realmente nuestra propia amenaza somos nosotros?

¿Se habrá apresurado Sartre al afirmar que el infierno es el otro?

2 comentarios:

  1. que aburrida la perfección , que buen blog

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  2. Después de todo el Sr. Perfecto es atípicamente típico. Es un especímen que alimenta su ego, a base de los demás. Ay, que triste el Sr. Perfecto.

    Un abrazo, me encantó leerte.

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